Dime,
oh Musa, cómo el tiempo se va,
y los amigos y los días,
dime,
cuándo perdimos la senda,
y cómo el navegar a puertos seguros
trajo
la traición y la molicie.
Que encuentre mi fuerza en Dios,
mi égida
en sus mensajeros,
pues lejos estamos de la Patria,
peregrinos entre
el oleaje y la calma.
Gracias sean dadas al Eterno,
pues aún
conservo la visión de aquella contienda;
allá en el horizonte,
los
muros de Ilión,
frontera hacia la Eternidad.
Al oeste, muerte y
hades
por quienes abandonaron la edad de oro.
Dice
el viento
como lamento de Céfiro,
que ni los niños tienen ya edad
prístina,
y los hombres sucumben
ante las fauces de la hydra.
Dice el viento, por tanto,
que arriemos velas,
y que busquemos una
patria
donde vivir y morir sin gloria.
¡Céfiro traicionero!,
¡tu
arrastras los lamentos de los caídos en la batalla,
aquellos que no
creyeron en Ilión,
ni en la égida con la que los “dioses” nos
cubrían¡.
El
pasado es un fantasma,
dicen los que cayeron,
y que quienes permanecen
mirando al este han caído bajo algún hechizo.
Y, entonces ¿dónde queda
pues el vigor de la pureza, Espada de Luz?.
Oh, Eterno, oh
“dioses”,
¡llevadme siempre hacia al oriente!
¡salvadme del
viento engañoso!.
¡Oh, camaradas traidores, que cedéis al canto de
las sirenas!.
¡Alzáis la bandera de lo presente!
¡ignoráis que
sólo en la castidad hay gloria,
la del eterno presente!